Me gusta sentir que soy de utilidad para un otro. Me da mucha curiosidad el otro.
¿Cómo llegué a ser quién soy?
El acompañar me ha dado amarre, me ha hecho consciente de la necesidad y materialidad de la otra, del otro.
En ese reconocimiento de la otra y de mi misma, eso exterior e íntimo me he vuelto una. Una espiga que sabe y reconoce a las otras. No amenazantes, no en disputa. Esa espiga sabe que se complementa y «necesita» de esa otra para poder ser.
No hay forma de entender mi cuerpo, mi materialidad, aisladamente. Somos campo de espigas. Ella, él, me hace ser quien soy, me distingue, me deja marcas, me traza el camino, me delinea. Eso me ha delineado, con punta fina, moviéndome al ritmo del viento, me ha hecho crecer en la búsqueda del calor y luz que habita en lo exterior y en lo más íntimo.