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Transformar la mirada

¡Ay! Disculpen si me pongo aguafiestas pero mi entrada va a ser cómo la de Miley Cirus en el video Wrecking Ball, arriba de una bola de demolición.

“Acompañar es una práctica de amor” es una frase que creo cierta pero que también me puede resultar peligrosa. El amor, como está construido y se vuelca en nuestra sociedad, me resulta peligroso.

No me tomo a la ligera el amor, ni me genera mariposas en la panza hablar de él. Desde las primeras olas feministas se le viene poniendo una gran “red flag” a ese afecto en particular. Los feminismos vienen a poner entre signos de pregunta todo y en eso entran nuestros afectos, nuestras culturas emocionales. ¿Acompañar para mí es una práctica de amor? Si, pero tenemos que aprender a re-practicar el amor distanciandonos del amor patriarcal, capitalista, caritativo del que constantemente recibimos novedades y actualizaciones.

En nombre del amor se puede generar subordinación, cautiverios, destrucción, extractivismo, culpas, idealizaciones. En nombre del amor se matan a mujeres, a parejas por celos. ¿Acompañar para mí es una práctica de amor? Si. Pero no de ese amor y, de todas formas, me genera incomodidades la palabra y no es de las que normalmente utilizo para describir ese flujo emocional que circula en los acompañamientos.

Acompañar como he aprendido a hacerlo en el activismo socorrista me resulta una práctica de ternura, una forma novedosa de ponerse en contacto con los abortos. Una forma que devuelve reconocimiento y validación a las decisiones sobre los cuerpos nuestros, que busca preservar las vidas elegidas y construye artesanías para ligar y construir comunidad.

Según Sara Ahmed los afectos se pegan a las cosas. Socialmente, los afectos ligados al aborto tienen que ver con sentimientos de culpa, soledad, miedo. En los acompañamientos buscamos despegar esos afectos y traer otros; traer confianza y empatía hacia una misma y su historia, hacia la historia de otras, otrxs. Abortar puede ser una práctica de amor hacia una misma y eso es algo que compartimos en los encuentros con quienes abortan, buscamos transformar la mirada que tiene esa persona hacia lo que está haciendo. Ahí hay prácticas de amor.

La estética que utilizamos para hablar de los abortos y las experiencias de abortar, lejana a representarlas como experiencias tétricas, sanguinarias. Hablar de aborto con colores rosas y violetas, hablar de aborto sonriendo, hablar de abortos entre flores y cuadernos. Ahí traemos ternura a los abortos. La transmisión de conocimientos constante entre compañerxs, las paciencias y pedagogías. La forma en la que reconocemos nuestros errores y los de lxs otrxs. Levantar la cabeza en la marcha y mirar que estemos bien, llenarle el vaso de cerveza a tu compañera cuando este se termine. Ahí hay amor y cuidado.

En tiempos de penurias como estos, de desconexión y violencias, la cultura emocional que traen consigo los acompañamientos en abortos son una política necesaria. Queremos estar cerca, nos interesa estar cerca. Cuidar las vidas, entre tanta precariedad, es una práctica contra hegemónica.

“yo tengo una amiga

que se llama Rosa

que no me conocí

pero estuvo re grosa

cuando toda la gente

miraba hacia el costado

ella me dio una mano

me ayudó en el momento que lo necesité”.

Rosa Rosa por BIFE.