Una experiencia muy significativa para mí en mi proceso de ser acompañante de abortos sucedió durante la semana de capacitación por parte del Fondo MARIA. Una de las actividades que hicimos consistió en responder preguntas en una escala sobre qué tan de acuerdo estábamos o no con varias afirmaciones, y después dividirse en equipos para argumentar a favor y en contra de cada una.
Una de las afirmaciones a discutir era “Al abortar se pone fin a una vida” y, por mucho, el equipo con más integrantes era el que argumentaba que eso es falso, que no se pone fin a ninguna vida. Fue una discusión un poco larga que, al menos a mí (que inicialmente pensaba que esa afirmación era falsa), me hizo reconsiderar muchas cosas y me permitió concluir que, en efecto, al abortar sí estamos poniendo fin a una vida, que eso es algo que no podemos ignorar, que el producto del embarazo existe y al abortar frenamos su potencial de vida.
Hasta ese punto yo había acompañado abortos, apoyado el acceso libre al aborto y discutido a favor de éste bajo premisas como que abortar no es malo porque el producto sólo es un conjunto de células inerte.
Ese día y en general durante la capacitación pude darme cuenta de que ese no es el caso y de que sí hay una vida en potencia que se acaba pero que ese no es el punto, esa no es la razón para apoyar o no el aborto. Entendí que sobre todas las cosas se trata de que cada mujer o persona gestante tenga autonomía sobre su propio cuerpo, que eso es por lo que luchamos y eso es lo que debe importar: que cada quien decida sobre su propio cuerpo.
Esas discusiones y reflexiones fueron muy liberadoras y echaron mucha luz sobre el concepto de aborto, acompañamiento y lucha para mí. Eso es, entonces, lo que veo en este foto bordado (inconcluso) que hice sobre una foto mía de mi propio cuerpo. Veo autonomía y la capacidad de decisión sobre mí. Veo que mi cuerpo es mío, sólo mío, tengo autonomía, yo soy mía. Veo el porqué de la lucha a favor del aborto libre y el porqué de mi lugar en ella como acompañante.
