Mi activismo comenzó porque ayudaba a conseguir arriendo de lugares para que pudieran hacer los procesos presenciales, pero aún no era oficialmente parte de la red.
Gradualmente en esos procesos comencé a quedarme. Un café, 10 minutos, conversar con las chicas, y se dió algo muy natural; el escucharlas, contenerlas, hacerlas reír. Tenía muy clara la responsabilidad de ser activista y de convertirme en acompañante, por lo mismo no era una decisión que tomaría a la ligera ni apresuradamente.
En uno de los talleres de aborto que semanalmente hace la red, acompañé a Mati (mi compañera de vida, y quien me ha formado en el camino de ser abortera), me explicó que había un caso de una menor de edad, que necesitaba conversar con ella y la hermana, la cual había hecho el primer contacto con la red.
Me hicieron partícipe de esa conversación, sin embargo sólo escuché atentamente a la hermana mayor, ya que la niña (nombre el cual no recuerdo), no emitió palabra alguna, su mirada se mantuvo fijada al piso.
La hermana nos contó que la chica vivía en otra región con su papá, y que él no sabía de su embarazo, y que por nada del mundo debía enterarse. También nos explicó que el tipo que la embarazó es un hombre de 34 años, casado y tiene un hijo. Ella en ese entonces tenía 14 años y 15 semanas de gestación. Las compas de la red decidieron que ese proceso debía ser acompañado de forma presencial.
Algo sucedió ese día cuando la ví en el taller de aborto, y sin pensarlo pedí que me permitieran ser partícipe de ese acompañamiento. El día del acompañamiento llegó. La chica apareció con su mamá, la cual tenía una personalidad bastante fuerte, estaba muy a la defensiva. Recuerdo que fumaba mucho, los nervios se la comían y la desconfianza igual. Gradualmente logramos ganarnos su confianza, y en ese momento nos empezó a contar que su hija tenía una relación con este tipo. Socio de la empresa del papá, un tipo de mucha confianza para él, a tal punto que era el responsable de su cuidado cuando él no podía. Este tipo sabía del proceso, y estaba siempre en contacto, ya sea por llamada o whatsapp con la mamá. Preguntaba a cada minuto por el estado de ella. Leí parte de la conversación: “Yo la amo, quiero que esté bien”.
Recuerdo las náuseas que sentí, recuerdo cómo se me apretó el estómago. Ahora lo escribo, y vuelvo a sentir lo mismo.
La madre de la chica nunca quiso ir a la habitación, la niña la llamaba llorando, “mamá me duele”… pero ella no era capaz, dijo. “No puedo verla así, porque si lo hago, soy capaz de irme, buscarlo y matarlo”. Estuvimos acostadas, nos apapachamos, vimos tele, recuerdo perfectamente que pusimos el cartoon network y vimos caricaturas, nos reímos mucho. Aunque ella hablaba poco.
Cuando su mamá decidió ir por más cigarros (excusa perfecta para salir y no escuchar a su hija lamentarse por las contracciones), me senté a su lado, y le dije: “Sabés, yo tuve una relación con un hombre de más de 30 años, cuando tenía 14”. Ví sus ojos, como se abrieron, aunque no dijo palabra. “Y me hubiera encantado que alguien me dijera que eso no estaba bien, que era una niña, y me habría gustado que mis padres, como adultos que son, tomaran decisiones para sacarme de ahí”, dije. “Pero es que él me ama”, respondió. Yo le dije: “Él ama el poder que tiene sobre tí, él ama tu cuerpo de niña, él ama la posibilidad de tenerte cuando él quiere, y eso se llama pedofilia… eso no es amor, el amor es muchas cosas, menos esto, menos penetrarte sin condón, menos embarazarte, menos hacerte pasar por esto. No importa lo que te diga ahora, seguirás creyendo que es así, pero acá estoy contándote mi historia, para que salgas de ahí. Y lo sabrás en unos años más, cuando entiendas que esas incomodidades que sentías, eran reales”. Ella sólo miraba, y escuchaba en silencio.
En el momento culmine del proceso, ya en el baño, la niña seguía llamando a su mamá mientras lloraba. Gritaba que no podía, que estaba cansada y que ya no quería seguir sintiendo dolor. Podía ver por la puerta entreabierta a su madre caminando nerviosamente en círculos. Sorpresivamente su madre no aguantó más y entró desesperada, agarró la mano de su hija apretándola con fuerza. Con su otra mano acarició su carita y le dijo, “acá está su mamá, claro que usted puede hijita, todo estará bien”.
No pasó tanto rato hasta que la chica pudo expulsar. Apenas terminó el proceso y pudimos conversar con mi compa, le dije que ya era parte de la red, no tuve ni que pensarlo. Cuando leí la pregunta pensé en ella, pero sobretodo pensé en mí. Porque esa niña que acompañé, era yo misma. En ese proceso me acompañé, me abracé, me apapaché, me pedí perdón y entendí que nunca fue mi culpa.
La foto para esta pregunta, la acabo de encontrar. Tenía 15 años, y ahí estoy yo, disfrazada para tratar de verme mayor. Ese día había ido a la peluquería, él me compró ropa y zapatos. Pero yo quería usar mis shorts de jeans, mi gorra hacia atrás y las zapatillas gastadas que me encantaban. Perdón por lo extenso, pero gracias por este ejercicio, que me permite recordar y volver abrazarme y amarme.
