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Conocer me hizo libre

El vuelo de Malix

Nunca imaginé que fuera tan cierto el dicho de “el conocer es poder” yo creo que para lo que vengo a contarles lo alteraría un poco a “el conocer es libertad”. Sonará cliché seguramente, pero permítanme contarles una historia:

Cuando era una infanta mi mamá siempre decía que tenía que irme a la ciudad, nosotros somos de un pueblo pequeño, simple y cutre. Era costumbre que a las niñas, cuando cumplíamos cierta edad, nos mandaran a la ciudad. Para ello tenías que cruzar el famoso “bosque caracol”, le llamaban los pueblerinos, porque decían que solo unas cuantas lograban cruzarlo sin perderse.

Decían que siempre estaba nublado y eso para mi mamá era un peligro, incertidumbre. Sin embargo, al cumplir los 15 años mamá me preparó una pequeña mochila con un par de baratijas y me fui. 

Sin opción, con miedo e incertidumbre a pesar de que mis hermanos varones no tenían que pasar por eso, cosa que genuinamente me era injusto. Total. Con una simple bendición de mi madre me fui hacia aquel camino siguiendo mis instintos, sin un Norte certero, pero con una idea tatuada: debía llegar a la ciudad. 

El día que partí no podía lidiar con las ideas irracionales de todo lo horrible que podía haber detrás de esa neblina.

Entre tanta neblina y obscuridad solamente me quedaba admirar el cielo. Veía en él las estrellas y las nubes como si me faltara el aire y mirar arriba fuera como tomar una bocanada. No podía saber qué día era o si iba por el camino correcto. 

Recuerdo solamente estar llena de rasguños, mis rodillas rojizas, caída tras caída como si fuera mi fin. Mamá nunca me contó que tenía que pasar por todo eso. Solamente antes de dejarme ir me dijo que tenía que cuidarme de los Nahuales, nunca nadie los había visto pero la gente del pueblo decía que eran personas malas que eran como hechiceros que se volvían animales y podían perderte entre la noche.

Seguían pasando los días, creo yo, entre lluvias, pasos sin rumbo y esa aterradora neblina. Hasta que un día conocí a Jane. Era un águila el cuál lograba ver desde los cielos, inalcanzable, líder y única. Le puse ese nombre porque no quería sentirme más sola, una parte de mí continuaba con la locura idea de encontrar una ciudad que tal vez no existía. Pensé en regresar a mi pueblo, pero me sentía perdida. Verla volar era como ver la paz que anhelaba en mi travesía, pero a partir de que la conocí, la tomé como mi Norte. 

Como si ella me permitiera tomarla de un ala siguiendo su camino, sin decirme una palabra empezó a guiarme por donde caminar, me enseñó a ver a la tiniebla no como un peligro sino como una oportunidad, como si de una cátedra se tratara. Cuando comencé a tener más calma, entendí que el trayecto sería como yo decidiera, sólo entonces el bosque comenzó a ser soleado, lleno de vida y frutas deliciosas. No sé qué hubiera sido de mí sin mi Jane. 

Cómo olvidar aquella noche estrellada, la noche más fría que había sentido en mi vida, esa en la que Jane bajó del cielo. ¿Por qué un águila tan hermosa bajaría a un suelo tan oscuro y frío?, me preguntaba. Sin embargo, al bajar me dirigió a una cueva en la que pude crear una fogata. “¡Aleluya!” exclamé. Ya estaba harta de dormir entre plantas e insectos, el cansancio que sentía era demasiado. 

Me encontraba refugiada entre sueños y la luz del fuego. Después entró una mujer, brillante como las estrellas, de pelo rizado que se sentaba a un lado donde yo dormía cantando una canción una y otra vez. “Ven a volar, que la ciudad que buscas no es lo que piensas, el fin del camino será donde quieras, de no saber lo que queréis, ven conmigo a volar”. 

Al terminar su cantar escuché que dijo mientras tarareaba: “Jane, qué buen nombre me has puesto ¿eh? Jajaja temo decirte que mi verdadero nombre es Malix, mi vida la he dedicado a buscar a niñas como tú, que desde los cielos solo miro su confusión en busca de un camino que no entienden, de una ciudad que si no dominas se vuelve un laberinto sin salida, sin una respuesta. Tranquila, cariño.” Y se fue.

No necesitaba escuchar más para soñar lo que yo quería, soñaba con volar. Volar como ella, tal vez sólo así podría llegar a la ciudad. Es inevitable aceptar que me gustaba mi pueblito feo y chiquito como decía mi madre porque era muy cálido y bueno. Como Malix decía, no entendía porque mi familia me exigía encontrar mi camino como si fueran los huevos de oro de los cuentos de hadas. Sólo entiendo que mamá de pequeña encontró su ciudad después de haber enfermado gravemente en su ruta, regresando al pueblo con mis hermanos y yo. 

Después de aquella noche, todo cambió. Como si las estrellas me hubieran dado mi ciudad, la mía y de nadie más. Al despertar de lo que creí que eran mis sueños me encontraba en el aire, así es. En el aire volando en el cuerpo de un águila real. Y ya no era más una niña, al menos no de 15 años. 

No sé cuánto tiempo pasé perdida por la neblina. Pero Jane ya no estaba conmigo, no la lograba ver a mi alrededor, pero miraba el bosque caracol que, para serles honesta, no era un caracol, pero bueno. No lo notas hasta que lo ves desde arriba. 

Volaba y planeaba con el aire rozando mi cuerpo dirigiéndome a donde yo quisiera sin volverme a sentir perdida de nuevo, pude notar en lo bajo a niñas pequeñas como lo fui, con sus rodillas rojizas, mochila con baratijas y confusión desesperante. Era tan apreciable el brillo en sus ojos de encontrar la ciudad que sus madres les contaron. 

Y sí, podríamos decir que me volví como dice mi pueblo, un Nahual. Pero prefiero decir que me convertí en una Malix, volando alto, libre. Mi nombre cambió a Julieta, Victoria o en la Jane de otras niñas que fueron encontrando sus ciudades, algunas en el aire, algunas en el pueblo o en ambas. 

Y por mi Jane, por mi Malix, volví a verla. Volando juntas.

Nota: Las águilas se verán solas en el aire, pero siempre están en bandada, a veces todas juntas o en ocasiones cada una en su viaje. Conocer que tengo la libertad de decidir, me hizo libre.

Del Maya:

Malix: ordinario o perro mestizo, esto quiere decir que su ascendencia es desconocida.