En 2017 acompañamos in situ a una chica de una ciudad que queda a 30 kms., más o menos. Ella tenía que venir sí o sí con su bebé de 8 meses. El bebé era muy pequeño y hacía pocos días le habían dado el alta médica debido a una internación por desnutrición. Era todo nuevo para nosotras porque nunca antes habíamos estado con un bebé durante el proceso del aborto. Sabíamos que teníamos que hacerlo. Sabíamos que había que flexibilizar nuestro hacer y cobijar también al bebé.
Hicimos el acompañamiento presencialmente con Nadia. Digo, presencialmente porque siempre, siempre hay compañeras y amigas que están al teléfono. De manera virtual. Elegí esta situación para contar porque fue muy importante para mí. Escribí un relato que se puede encontrar en la página de socorristas en red, sección “Archivo Rosa”.
Creo que lo más importante y lo que me hace pensar en ella y en él, es el amor desplegado que armamos. Nos turnamos para cuidar al bebé, para cuidar a la mamá que estaba abortando. Hicimos mamaderas entre mates, uso de pastillas y charlas. Cuidamos, cuidamos mucho. Fuimos nido para ella, para él y para nosotras. Fuimos dolor y también fuimos flores que renacen. Fuimos paciencia y fuimos ternura. Fuimos poderosas para sostener la vida: la que era y la que no iba a ser.