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Decidir desde el miedo

A continuación se presenta la transcripción de la editora:

Una de las experiencias significativas que me tocó vivir siendo acompañante fue la primera vez que una chica decidió continuar con la gestación, llevarla a término luego de dos intentos fallidos.

En ese momento ella tenía mucho miedo, sólo pensaba en la posibilidad de que el tercer intento no funcionara y cuáles serían las consecuencias para ese ser que iba a nacer. 

En ese momento yo traté de explicarle que podíamos continuar, que no estaba todo perdido, que todavía ella podía decidir lo que ella quería, porque en el fondo era no ser madre en este presente, en ese momento de su vida. Pero el miedo fue mucho mayor y me dijo –No, yo ya decidí, no quiero volver a pasar por esto, no lo voy a seguir intentando, voy a parir-, y desde ahí me cortó toda la comunicación, desapareció, no contestó más ni una llamada, ni mensaje, nada. 

Entendí también en ese momento que, por un lado eso era parte de la autodeterminación po, de la autonomía de decidir de ella sobre cómo iba a continuar este proceso; pero, por otro lado, también me hizo cuestionarme qué tan rápido, qué tan efectivo puede ser nuestro acompañamiento en ciertos casos que las chicas están con la angustia por las nubes y no hay en realidad tanta claridad para pensar y tomar las decisiones. Me hubiese gustado en ese momento, porque en realidad llevaba muy poco siendo acompañante y no tenía toda la información que puedo tener ahora, haberle explicado en concreto y rápido –amiga, podemos hacer esto. Todavía puede funcionar y que tu primera decisión valga, sea la que… la que tú quieres-. 

En el fondo… nunca quiso ser mamá, no quería ser mamá, pero le pesaba la culpa de tomar su decisión y que eso no… no funcionara otra vez. Y eso para mí, pensarlo ahora me… no sé, me remueve igual las emociones, pues de qué habrá pasado con ella, cómo habrá ocurrido todo después… ¿Era así como tenía que ocurrir? me queda esa pregunta siempre dando vueltas.

Y en realidad entiendo que por un lado, como acompañante, como la palabra decía, uno acompaña el proceso y no toma la decisión por la otra persona. Pero por otro lado, queda una sensación amarga de entender que en el fondo esa persona, esa mujer, está decidiendo desde el miedo, desde la culpa y no desde su sentir real, desde su deseo profundo de cómo quiere vivir su vida y habitar su cuerpo, finalmente.