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Ser acompañante dio sentido a mi vida

Ser acompañante me ofreció mucho. Me dio mucho: 

Ser acompañante me dio feminismos, vida, alegrías, emociones.

Ser acompañante me dio nuevas formas de amor, afectaciones, nuevas constelaciones, amigas.

Ser acompañante me dio conmociones, indignaciones, rabias y enojos colectivos.

Ser acompañante me dio una casa colectiva y mejor economía.

Ser acompañante me dio paciencias, conversaciones, nuevos pensamientos.

Ser acompañante me dio horizontes lejanos, asombros, pasiones, aprendizajes sobre la escucha y la palabra.

Ser acompañante me dio la convicción de que pensarme en comunidad es un riesgo, pero ¡de los mejores!

Ser acompañante me dio sensibilidades, a veces extremas… me dio saberes, conocimientos, deseos de escribir y de contar historias. Me dio viajes. 

Ser acompañante me dejó saber que puedo dar ayuda a quien necesita un aborto. A quien tiene un dilema de vida. 

Encontrar el feminismo revoltoso le da sentido a mi vida. Por eso comparto la canción de La Renga, “El viento que todo empuja”.

Ser acompañante me hizo dejar cosas. Dejar personas. Dejar pensamientos… pero a veces algunas cosas vuelven… por eso elegí una ola para mostrar que eso que dejé, a veces, vuelve:

Mucho tiempo libre, pensarme como sujeta individual, tiempo para aburrirme, el amor romántico en todas sus versiones, relaciones de amistad y relaciones políticas. Dejé el deseo de irme semanas enteras de vacaciones. Ser acompañante me hace extrañar… Extraño: No poder olvidarme el celular, perder el celular, que no me importe el celular, irme de viaje y desconectar del celular. Extraño el tiempo en que no tenía el celular como parte de mi existencia. Extraño las cenas o almuerzos o ratos con amigas o amores, donde el celular no está presente.