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El socorrismo ensancha mis mundos

–Serán hijos de puta; Silvinita, sentate –le dijo María Helena, la amiga de su madre, que dirigía el hospital clandestino de quemadas ahí, lejos de la ciudad, en el casco de la vieja estancia de su familia, rodeada de vacas y soja–. Yo no sé por qué esta muchacha, en vez de contactar con nosotras, hizo lo que hizo, pero bueno: a lo mejor se quería morir. Era su derecho. Pero que estos hijos de puta digan que las quemas son de los árabes, de los indios…

Mariana Enríquez (2016)*.

Cuando me acerqué a las Hilarias lo hice a través de un mensaje de texto en su página de Facebook, el cual demoraron varias semanas en responder, y meses en concretar el encuentro y, finalmente, en sumarme a la grupa. No recuerdo de dónde apareció el conocimiento de que existían mujeres que acompañaban a abortar a quienes lo deseaban. Que ayudaban, creo que era la palabra que se formó en mi cabeza. El deseo de colaborar, facilitar un poco, la concreción de un deseo, muchas veces producido por una necesidad, pensando en el hilamieto de las causas y consecuencias, de la cadena de eventos. Bueno, ser una parte de esa cadena. Sentirme heroína, porqué no. La idea de la libertad y la posibilidad de elegir. El sueño de justicia social como marco de todo eso, además.

En y con las hilarias aprendí sobre cómo se hace y cómo llegar a las herramientas. Datos concretos y datos abstractos.

Ya como socorrista, todo ese telón de fondo es el telón de fondo de mi vida actual, y que afortunadamente/ satisfactoriamente/ felizmente, sigue estando. Y se va espesando con otros condimentos:

  • La adrenalina
  • Las discusiones, aprendizajes, deconstrucciones, nuevos sentidos, que nos damos y sostenemos con las compañeras. Aprender a tejer redes, a identificar oportunidades en los caos. Y ordenar las estrategias.
  • La posibilidad de meterme en vidas y lugares a los que jamás hubiese conocido. Canaliza mi ser chusma. Avistar historias, husmear habitaciones y fotos de perfil.
  • Las risas y diversiones con mis compañeres, la falta de respeto en nuestros chistes que nos sorprenden día a día.

    Silvina tomó el colectivo. Su madre ya no era la jefa del hospital clandestino del sur; había tenido que mudarse cuando los padres enfurecidos de una mujer –que gritaban « ¡tiene hijos, tiene hijos!»– descubrieron qué se escondía detrás de esa casa de piedra, centenaria, que alguna vez había sido una residencia para ancianos. Su madre había logrado escapar del allanamiento –la vecina de la casa era una colaboradora de las Mujeres Ardientes, activa y, al mismo tiempo, distante, como Silvina– y la habían reubicado como enfermera en un hospital clandestino de Belgrano: después de un año entero de allanamientos, creían que la ciudad era más segura que los parajes alejados. También había caído el hospital de María Helena, aunque nunca descubrieron que la estancia había sido escenario de hogueras, porque, en el campo, no hay nada más común que quemar pastizales y hojas, siempre iban a encontrar pasto y suelo quemado.”

    Mariana Enríquez (2016).

    El socorrismo ensancha mis mundos. Y de maneras rizomáticas. Lo rizomático se hace real, hermoso, renovador, posible, picante, dulce.

    El jengibre es nuestra mejor metáfora/ imagen/ representación.

    Es máquina de guerra, cuerpo sin órganos (que busca desplazar y evitar que se formen órganos dentro de un cuerpo).

    Y veo socorrismo y organización en todos lados. Como en este cuento de Mariana Enríquez (“La cosas que perdimos en el fuego”) que me acompaña cada vez que me pregunto porqué continúo en esta tarea, o escucho a mis compañeres preguntar cómo hacemos con X que es menor, que no puede venir, que en el hospital la tienen a las vueltas, que dónde se puede hacer ecografía… Siento que una genealogía de mujeres y cuerpos feminizados de nuestros linajes se hacen presentes para ayudarnos tramar y desentramar. Jamás estamos soles.

    “…una verdadera flor de fuego.”

    Mariana Enríquez (2016).

    Referencias bibiliográficas

    Enríquez, Mariana (2016). “Las cosas que perdimos en el fuego”. En Las cosas que perdimos en el fuego. Barcelona, Anagrama. Pps. 185 a 197.


    * Nota de la editora: la activista comienza su respuesta con una cita del cuento “Las cosas que perdimos en el fuego”, de Mariana Enríquez (2016) que no se reproduce en su totalidad por estar sujeto a derechos de autor.